19/04/2025 - Edición Nº653

Opinión | 17 Apr 2024

Crónica

El Salvador de Bukele desde adentro

Mucho se habla en nuestro país de El Salvador y la figura de Nayib Bukele. Sin embargo, poco es lo que conocemos de este país. Jorge Sebastián Comadina, un periodista argentino, narra en muchas voces la realidad y los mitos de esa República.


Por: Jorge Sebastián Comadina

 Lic. en Comunicación Social, Periodista y Escritor. /  @Crotowhitman

 

Una agente de migraciones tiene mi pasaporte en la mano. Tarda más de lo habitual. Las personas de las otras filas circulan rápido. Me impaciento un poco. ¿Y ahora qué?  Acabo de bajar de un micro que viene desde Guatemala. Estoy en el paso fronterizo de Las Chinamas. Hace mucho calor. La mujer chequea algo en la computadora. Afina los ojos. Como si no entendiese bien lo que está viendo. Mueve el mouse. Aprieta “enter”. Detrás de ella hay un almanaque gigante. La imagen del presidente se destaca sobre los días del mes de abril. Luce pulcro. Parece el protagonista de la publicidad de un perfume: “Bukele  for men”. Su pelo negro, brilloso, hacia atrás. Su barba geométrica. Su sonrisa diamantina. Todo un James Bond centroamericano. Muy distinto a cómo luzco en la foto de mi pasaporte. Cuando pensaba que había algún problema con la documentación, me doy cuenta de que el verdadero inconveniente surge de la dificultad que tiene la agente de recordar los pasos del procedimiento. Tal vez, son sus primeros días en el puesto.  No le queda otra que pedir asistencia a un superior. Por fin puedo terminar el trámite. Salgo de las oficinas y huyo hacia el micro. Me estaban esperando. Al subir,  me miran cómo preguntándose “por qué ha tardado tanto el argentino”. Nos queda un largo trecho hacia la Capital. El motor se pone en marcha. Dejamos el paso fronterizo. Estoy oficialmente en el país del que todos hablan. Estoy en El Salvador.

Ni en la Guerra de las 100 horas que los enfrentó con Honduras, aquella a la que el periodista polaco Kapuściński denominó la Guerra del fútbol, se habló tanto de esta parte pequeña de la periferia del mundo. Tampoco en la época de la Guerra Civil que duró 12 años y fue brutal. Menos con el terremoto de 1986 que dejó 1.500 muertos y decenas de miles de heridos. Lo que está sucediendo en  El Salvador con su presidente, Nayib Bukele, es inédito. Desde que asumió la presidencia en 2019, el perfil público del país cambió. El pueblo salvadoreño recuperó cierto orgullo. También el espacio público. “Antes no podíamos venir de tarde por miedo a las pandillas”, cuenta un anciano que lee las noticias en la Plaza Libertad. En la tapa del diario que sostiene en la mano, un título se destaca: “Senador republicano de EE.UU. destaca las políticas de seguridad”. En 5 años, este país centroamericano pasó de ser uno de los lugares con mayor tasa de criminalidad a uno de los más seguros de la región.

Ese fue el objetivo principal cuando asumió. No le importó el costo ni las formas. El objetivo subsiguiente pero no menos importante fue comunicarlo. Contarle al mundo lo que estaba pasando por esos lados. Algo en lo que se volvió un especialista. Tanto en redes sociales como en los medios tradicionales. Le abrió las puertas al Bitcoin aunque la moneda oficial sea el dólar. Consiguió obras financiadas por China. Tiene buena relación con el presidente ruso Vladimir Putin. Hay sectores de la política estadounidense que resaltan sus métodos. Calificó de “criminales” a Hamás teniendo raíces palestinas. Mandó a borrar el nombre de un militar que mató campesinos en la guerra civil. Fue reelecto con más del 82% de los votos. Terminó con el bipartidismo en su país. La izquierda y la derecha lo critican por igual. Cuando le pregunto al salvadoreño si sabe cuál es la ideología de su presidente, no me lo puede contestar. Aunque por dentro siento que no les importa demasiado.

 

Ningún "outsider"

 

Nayib Bukele no es un “outsider”. Tampoco un paracaidista al que eligieron los anti política. Su familia, de clase acomodada, siempre estuvo involucrada con los gobiernos desde el sector privado. Su carrera fue diagramada y diseñada paso por paso. Pero aunque ya venía trabajando en marketing político, su designación causó sorpresa en conocidos y extraños. Aún más por ser el  candidato del FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional), un grupo de exguerrilleros que, luego de la firma del tratado de paz, allá por 1992, se consolidó como el partido de los sectores populares. Empezó en un municipio de 8 mil habitantes llamado Nuevo Cuscatlán. Se convirtió en su primer alcalde. Le ganó por menos de 200 votos a su contrincante de ARENA, partido que representa a la Derecha salvadoreña. Apenas llegó al poder de este minúsculo distrito fue muy claro a la hora de comunicar. Prometió donar el sueldo completo. Pues tanto él como su familia “no lo necesitan tanto como los jóvenes que quieren estudiar”.

Además, comenzó a hacer obras visibles. Intervino el espacio público con instalaciones sustentables que convivan con el medio ambiente. Se mostró como un funcionario moderno y progresista. Eso le permitió, 3 años después, llegar a gobernar San Salvador, la capital del país. También con el apoyo del FMLN. “Una obra por día”, fue el lema esta vez. Su figura empezó a ganar tanta popularidad que ya no necesitó  al partido. Los trató de “corruptos” y rompió con ellos. Su intención era armar el propio y postularse para mandatario de la República. Como no lo dejaron tuvo que negociar con otro partido. Esta vez de Derecha. Esos golpes de timón y su alto perfil provocaron que parte de la sociedad lo empezara a mirar con más atención. Sabían que podía llegar a ser presidente. Uno diferente a todos los demás.

 

"Este hombre está haciendo bien las cosas"

 

Las calles de San Salvador despiertan temprano. Un poco para aprovechar el día. Otro poco para tolerar el calor. Abril es el mes más caluroso del año. Su gente es amable y trabajadora. Arrancan la mañana ofreciendo pupusas (tortilla rellena) y casamiento (arroz con frijoles). Se escuchan los gritos desde los buses llamando a los pasajeros. El pueblo está en movimiento. “Este hombre está haciendo bien las cosas”, me dice una vendedora del Mercado Municipal Sagrado Corazón de Jesús cuando le señalo un delantal de cocina con la cara de Bukele. También tiene  tazas, camisetas y gorras. En algunas, está solo y, en otras, con su esposa y su hija. “Tiene que ir a conocer las playas de La Libertad. Pues ahí van muchos turistas a hacer surf”, me cuenta y se sorprende al ver un “gringo” por esa zona. Estoy a pocas cuadras de la Plaza Gerardo Barrios. En ese lugar, se protestó el asesinato del arzobispo Romero y se celebró el fin de la guerra civil.

Hace  poco se inauguró una biblioteca pública abierta las 24 horas donada por el Gobierno chino. Tiene 7 pisos y 5G. La Catedral Metropolitana y el viejo Palacio Nacional que se ubican al frente ya dejaron de ser los más visitados. “Es como cuando invitas a salir a alguien, si le pagas todo, después vas a querer algo a cambio”, me dice un señor mayor sobre la relación con el país asiático. Sin embargo, a la gente y al mundo no les interesan tanto las relaciones bilaterales como las medidas de seguridad que se implementaron. Todos hablan del “Método Bukele”.

 

"El dinero alcanza cuando nadie roba”

 

En 2019, con 37 años de edad, se convirtió en el presidente de El Salvador. Lo hizo como candidato de GANA, un partido de Derecha. Dejó en segundo lugar a su anterior partido de tendencia izquierdista. Pero, apenas pudo, creó su propio bloque. Lo llamó Nuevas Ideas. Se acercaron a su espacio personas que habían participado en política desde diferentes sectores ideológicos. Esta vez el lema fue: “El dinero alcanza cuando nadie roba”. Una de las primeras medidas que adoptó fue pedir un préstamo. Quería construir una cárcel e invertir en seguridad. Para eso, necesitaba el  apoyo de la oposición. Los presionó. Ingresó a la asamblea legislativa acompañado de las fuerzas militares.

Logró su cometido. Su lucha contra las “maras” recién comenzaba. Lanzó el Plan de Control Territorial (PCT) y aumentó la presencia policial. Los primeros años no tuvo los resultados esperados. Las pandillas se calmaban un tiempo hasta que, en días aislados, volvían a regar de homicidios las calles. Lo estaban midiendo. Así que optó por redoblar la apuesta. Solicitó decretar un régimen de excepción. Detenciones sin orden judicial, intervención de llamadas telefónicas, extensión del plazo de arresto sin pasar a disposición judicial, fueron algunas de las garantías constitucionales que suspendió. Esta vez, los resultados sí lo conformaban. La tasa de crímenes bajó a números históricos. Se lo contó al mundo. Empezó a  tener cada vez más poder. Eso a algunos salvadoreños los empezó a preocupar.

 

"El dinero cada vez alcanza menos”

 

Jacobo tiene un local donde vende libros usados cerca de la Plaza Morazán. Viste una musculosa que en algún momento fue blanca. Le brilla una cruz plateada grande en el pecho. Su postura es seria y de pocos amigos. Entro y le pregunto por diferentes libros. Le llama la atención que busque algunos relacionados a los conflictos civiles de El Salvador. Su postura cambia y me cuenta entusiasmado de qué se tratan. Parece como que si los hubiera leído a  todos. De paso, aprovecho para preguntarle cómo está la situación actual y qué opina del presidente. “¿Quieres un café? Esto da para largo”, me dice. Me ofrece un café pacamara. Esta variedad es un híbrido muy característico por estos lados. Los expertos afirman que es picante, espeso y complejo. Casi como la conversación que estamos por comenzar. Cuando me lo alcanza, puedo notar que tiene un brazo dañado. Me cuenta que fue militar en la década de los ‘80. Puso el cuerpo en el conflicto armado. Pero ahora simpatiza con el FMLN. “Uno lee en los diarios que a los excombatientes le dan esto y aquello y mire cómo tengo el brazo”.

Jacobo no está contento con el Gobierno. Por un lado, habla de las “mentiras” que salen en los medios. Por el otro, le preocupa el régimen de excepción en seguridad. “Detienen a cualquiera. Hay inocentes en la cárcel y los verdaderos líderes pandilleros libres porque negoció con ellos”. Me cuenta que pronto va a tener que cerrar porque no le alcanza el dinero para mantener el local. “El dinero cada vez alcanza menos”, se queja. Le compro un libro que me recomienda. Se llama “Del Ejército Nacional al Ejército Guerrillero”, de Francisco Mena Sandoval. Se trata de un militar que al ver cientos de actos injustos se pasa a la guerrilla. Termina en el bando contrario. Algo parecido a lo que le sucedió a Jacobo. También a lo que hizo Bukele. Le agradezco la charla y el café. Cuando pongo un pie en la calle, escucho que me dice: “Si investigas a su padre vas a encontrar muchas respuestas”.

 

El elegido

 

La familia Bukele llegó a El Salvador desde Palestina a principios del Siglo XX. Salieron de Oriente próximo siendo descendientes de una rama musulmana de Jerusalén, pero cuando ingresaron a Mesoamérica se convirtieron al catolicismo. Querían adaptarse rápido a un país en donde la religión era fervientemente cristiana. Recién varios años después, pudieron recuperarla. Cuando Armando Bukele Kattán se transformó en un hombre rico y poderoso, ya no tuvo que esconderla. El padre del actual presidente llegó a amasar una fortuna de la mano de la industria textil y, después, farmacéutica. Quienes lo conocieron en sus inicios cuentan que tenía un pensamiento de derecha industrializador. Llamaba a implementar impuestos altos para los productos importados y bajos para la exportación. El mando político le hizo caso. Lo beneficiaron con la exoneración de impuestos en los rubros que desarrollaba. Así fue creciendo su capital. La negociación con los sectores poderosos siempre fue su mejor arte.

Durante el conflicto armado, muchos inversionistas se fueron del país. No solo temían por sus negocios sino también por sus vidas. Eran épocas de secuestros y atentados. Sin embargo, don Armando nunca se vio amenazado. Algunos lo asumen a la relación que tenía con Schafik Handal, legendario líder de la izquierda salvadoreña. Los unía su origen palestino. Aunque algunos hablan de que también  los unían actividades comerciales. Fue así como terminada la guerra civil y constituido como partido político, el FMLN acudió a sus servicios. Esta vez, en una nueva actividad: la publicidad política. La decisión no significó un quiebre con el sector empresarial. Pues don Armando pertenecía a ese lugar. En todos esos años, haya gobernado la derecha o la izquierda, siempre pudo expandir sus negocios. Ya más entrado en edad, comenzó a abrirles el juego a sus hijos. Cuando sintió que era el momento de involucrarse en política desde adentro, eligió a uno. Don Armando murió en el año 2015. Unos meses antes, Nayib Bukele asumía en San Salvador. La estirpe tenía heredero.

 

"Hasta dónde los Estados Unidos lo dejen”

 

Estoy en un bar de Usulután. El equipo de fútbol de la ciudad ganó así que todo es alegría. En este lugar al sur del país, cerca de San Miguel, el calor es aún más arrollador que en la Capital. Pero nada que no se pueda combatir con unas cervezas frías. La cuestión es que cuando empiezan a correr en cantidad se suelta un poco la lengua. Y lo que era todo fiesta por el triunfo deportivo, se vuelve una discusión política más caliente que el clima. “Es un populista y un charlatán”. “A ti porque eres del ARENA y el man terminó con el negocio de los partidos políticos”. “Gastó un montón de dinero innecesario en seguridad”. “Antes a la noche no se podía salir a la calle, ahora sí”. “Esas son mentiras, a mí nunca me ha pasado nada encima han subido todos los precios”. “Nunca se han hecho tantas obras en El Salvador en tan poco tiempo”. El debate va subiendo de tono. Tiene que intervenir el dueño del bar. “La cuestión es que la gente lo votó y hay que acompañar su voluntad. Además, haga lo que haga va a depender hasta dónde los Estados Unidos lo dejen”, dice desde atrás del mostrador. El señor simpatizante de ARENA, el joven bukelista y las demás personas que escuchaban la conversación asienten.

El Salvador es un país históricamente intervenido por EE.UU. Muchas de las decisiones que se toman y se tomaron tienen que ver más con factores externos que internos. Bukele quiere despegarse de esa herencia histórica. Así lo demostró en el discurso que dio en las Naciones Unidas. “Ningún país tiene el derecho de imponer sus formas menos cuando estas formas ni siquiera funcionan en nuestros países. En cada una de las decisiones que hemos tomado, nosotros hemos reafirmado nuestro derecho legítimo a autogobernarnos”.

 

¿El Salvador de Bukele?

 

Así como en San Salvador, en otras ciudades importantes como Santa Ana y San Miguel, la mayoría de la gente se muestra esperanzada con la reelección y los próximos 5 años que se vienen. “Se supone que ahora van a mejorar el bolsillo”, auguran. Si en el primer mandato las palabras que más se escucharon fueron “orden”, “control” y “pacificación”, en esta segunda etapa la más destacada es “integración”. La idea del Gobierno es poder reinsertar en la sociedad a los barrios que estaban cooptados por las bandas criminales. Brindarles asistencia. Garantizar salud, educación y seguridad. También implementar programas de estímulo laboral para que puedan desarrollarse y no recaer en las pandillas. El Estado presente. Después, seguir fomentando el turismo. Las playas del Pacífico son muy buenas para practicar surf.

Hace poco tiempo se inauguró en esa zona un muelle construido con fondos chinos. Hay cada vez más inversión. Nuevos caminos que nacen. Sin embargo, Bukele y su equipo, tienen un arduo trabajo para mejorar la calidad de vida de su población. La gente más humilde trabaja en condiciones complejas y el dinero no les alcanza. Son situaciones que vienen desde hace décadas pero que con una firme decisión política pueden mejorar. Eso es lo que esperan. Un cambio que se note en su bienestar. Así poder disfrutar de un equilibrio económico y social que les permita proyectar a futuro. Tal vez, desarrollar algún negocio propio. Poder sostener a sus familias con cierta tranquilidad. Si eso no sucede, sentirán que es más de lo mismo. O como dice una parte del libro que me dio Jacobo, “Del Ejército Nacional al Ejército guerrillero”: “Ese proyecto no significaba la guerra contra los ricos a favor del pueblo, era la guerra de unos ricos contra otros ricos pero siempre contra el pueblo”. Esperemos que no sea así por el bien del pueblo salvadoreño.

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias